domingo, 6 de enero de 2008

Fahrenheit 451: Temperatura en la que mi cabeza arde

Siempre que termino un libro me angustio. Debe ser porque entablo una relación de tiempo determinado conciente, dependiendo de la cantidad de hojas, pero de espacialidad eterna en tanto a las idas, visitas, a mundos ajenos. Es una relación tanto cualitativa como cuantitativa predestinada a acabar, pero que sin embargo siempre va a estar en mi "cajón de los recuerdos". Cuantitativa porque es tanto con el autor, como con el texto, con las palabras, con la literatura, con los personajes, paisajes, situaciones, etc. y es cualitativa en cuanto a que excita mi imaginación infante y me permite encontrarme con una parte de mi que nunca quiere dejar neverland.

Pero porque la angustia? Siempre hay un nuevo libro que leer, es más, mi finita vida no alcaza para leer todo lo que hay, y mi poca capacidad de lectura rápida disminuye más el porcentaje normal de posibles lecturas.

Creo que la angustia se debe a que con cada libro terminado muero. Muero porque dejo de volar, abandono neverland para volver a la realidad, para volver a mi mortalidad, dejando mi ser halado a la espera de una nueva aventura literaria. Por esta angustia producto de la muerte es que soy participe de ese grupo de gente que lee el ultimo párrafo de cada texto, supongo que lo hago para afirmar la triste sospecha: el texto acaba.


Éste libro me toco en otro punto. Me gusto pero no me encanto. Me gusto pero no me encanto, pero me movilizo. Me permitió volar sobre una parte de mi que este año esta brotando de lo más profundo de mi sangre: mi ser japonesa.

La primera vez que me di cuenta del espacio sobre el que estaba flotando fue en el colectivo. El texto me contaba algo que vagamente ya sabia: como debe comportarse la mujer para lograr el objetivo impuesto: no deshonrar. No feliz, ni siquiera honrada, mas bien, no-ser-desgracia-para-otro. Es por esto que la autora sentencia que admira a la mujer japonesa por no suicidarse (el suicidio es cuestión de honor en Japón).

Cuando leía esto me puse a llorar. Llore por la evidencia. Llore por tristeza y alegría. Llore porque me reconocí como japonesa, porque me sentí japonesa, porque soy japonesa. Pero también llore porque no puedo dejar de serlo y con ello mi ser no deja de constituirse del no-ser-desgracia-para-otro.

Este año es particular. Siento que crecí, sé que crecí y sé que tome una cantidad de decisiones que son la prueba de ese crecimiento. Pero la particularidad de todas esas decisiones es que rondan el reconocimiento, el acercamiento con oriente.

Empecé el año con una voz que hacia 9 meses me era indiferente pero que ahora es tan cotidiana como el ruido de mi despertador. Esa voz me presentaba siempre la extrañeza de mi apellido, de mi "particularidad", me llamaba a través de sus letras. Inagaki. Si?

Continué con el inicio de una rutina con mi hermano que consiste en ver amines, acción que siempre me produjo placeres incontables, angustias sintomáticas, sueños en vigilia, fascinación inexplicable. Este acto que formaba parte de mi vida cotidiana desde los 6 hasta los 16 volvió a mis 21 luego de varios años de suspenso en formato de ritual fraterno. Este acto es tan mío, tan propio, que lo defiendo con garras y dientes ante las criticas de mis pares. Es una de las pocas cosas que me constituyen y que defiendo con tanta euforia. No permito que nadie me lo quite, no me importa lo que digan, es mío y me gusta.

Este año también decidí mi futuro, enmarque mi vida. Me encontré sentada en la mesa redonda con mi primo frente a mi padre y mi tío defendiendo y anunciando nuestra necesidad e imposición de seguir con la empresa familiar, empresa que construyo mi abuelo, el Sr. Jorge Fumio Inagaki.

También empecé Ninjutsu, arte marcial japonés, el arte marcial de los ninjas. Me convertí así en kunoichi (mujer ninja) y me deje volar sobre un dojo en el que se cuenta en japonés, se habla en japonés y se es tradicional como en el viejo Japón.


En pocas palabras, este año, me reencontré con mi ser-japonesa.

Este encuentro se afirmo y trascendió el marco de acciones cuando leía a Amélie-san hablando(me) de (mi) las niponas. Mis ojos, cual scanner, acababan las líneas de letras poniéndome ante mi ser. Me describía, me enmarcaba, me respondía? Si, me decía porque siento lo que siento, porque respondo ante una cantidad de exigencias a las cuales no quiero responder de la manera que debo. Soy como soy: una persona sumisa a las necesidades, exigencias y gustos de los otros, que se olvida de si para donase al otro, que tiene que sonreír y aparentar ser feliz para otros.


Entonces, soy japonesa, soy oriental, en tanto que me desangro por no-ser-deshonra-de-otro, en tanto que soy-para-otro, en tanto que soy-como-quiere-otro.

Y no me suicido porque soy occidental y en este mundo del cual soy transeúnte no es un honor ser asesino-victima, por lo cual debo cargar con mi sello, con mi marca, y vivir entre estos dos paradigmas cayendo en la contradicción, perturbando mi existencia, dando que pensar a mi mente.

7 comentarios:

Camos dijo...

Dan ganas de abrazarte.

Gi dijo...

cuando queres te expresas lindo co-blogger!
en fin, esa contradiccion que vos expresas esta en todos... en mayor o menos medida niña... el desafío es llevarla, aceptarla y saberla vivir.
Te quiero ami!

Anónimo dijo...

GUAU.

El Mismísimo Cuco En Persona dijo...

Con esos comentarios da ganas de leer el post.

Naa...demasiado largo para mi XD

Bruno dijo...

ninja roots :)

se feliz, y no pienses tanto, es mejor lo espontaneo, por eso sera que volviste a ser freak, no lo decidiste, se dio y te gusto.
y no te suicides nunca, ni aca , ni alla. no hay cosa mñas estupida y egoista.

Lucía dijo...

Difiero en cuanto a catalogar al suicidio como estupido y egoista.
Larga discucion. Una tarde, con mates de pormedio, te expongo mi teoria sobre el suicido.

Bruno dijo...

deal.

de todas formas pienso ganar, hasta los mates no te mates.

;)